Fue la bióloga estadounidense Lynn Margulis quien, a mediados del siglo XX, situó la cooperación y, en concreto, la simbiosis, en un lugar privilegiado entre los mecanismos que permiten la evolución.

A finales del siglo XIX se fue consolidando la idea de que la competición y la ley del más fuerte eran los motores principales de la evolución. Un poco más tarde, a mediados del siglo XX, con el descubrimiento de la estructura y funcionamiento del ADN, las mutaciones genéticas al azar complementaron la teoría de la selección natural de Darwin para explicar cómo evolucionan las especies. Sin embargo, en los años 1960, la bióloga estadounidense Lynn Margulis sacudió estas teorías.
En concreto, Margulis incorporó la simbiosis como fuerza evolutiva mediante el desarrollo de otra teoría, la de la endosimbiosis seriada o simbiogénesis, que algunas voces ya habían propuesto, sin mucho éxito, un siglo antes. Esta teoría recogía la selección natural de Darwin y defendía que la cooperación y la asociación también permiten, a la vida, hacer saltos evolutivos. La mayoría de los postulados de Margulis se demostraron ciertos a finales de los años setenta, si bien la teoría de la endosimbiosis es aún una gran desconocida para la mayoría de la sociedad.
Un concepto rupturista
La idea de que evolucionar no pasa solo por competir, sino que cooperar también es una fuerza evolutiva, fue entonces, y es aún ahora, rupturista, y sirve de inspiración para replantear, incluso, los valores y modelos sociales, situando la cooperación como motor central de cambio y mejora.
En el camino hacia el desarrollo de la teoría de la endosimbiosis seriada, Lynn Margulis demostró que el origen de las células eucariotas, es decir, las propias de los animales, los vegetales, los hongos, los protozoos y las algas- fue por asociación de bacterias de diferentes tipos que, juntos, generaron formas de vida más complejas.
La bióloga explicaba que una bacteria amante del azufre y del calor se fusionó con otra bacteria que sabía nadar. Luego se incorporó a estas otra bacteria que respiraba oxígeno y, finalmente, todas se fusionaron con bacterias que hacían la fotosíntesis. Esta fusión de cuatro tipos de bacterias generó un salto evolutivo, ya que juntas podían hacer lo que cada una por separado no podía.
Los fundamentos de la contribución de Lynn a la teoría de la evolución aparecieron en 1967 con la publicación de una investigación de la Universidad de Chicago que revelaba que las células eucariotas tienen ADN también fuera del núcleo, y que es un ADN diferente. Este descubrimiento apuntó a la simbiosis entre bacterias que en algún momento empezaron a vivir juntas.
La simbiosis y la especie humana
Posiblemente, en la actualidad, la forma de simbiosis mutualista o positiva más conocida la encontramos en la especie humana: la estrecha cooperación que tenemos con millones de microbios que habitan en nuestro cuerpo, ya sea en el estómago, en la boca o en la piel, y que llevan a cabo tareas esenciales para nuestra salud.
El papel clave de la simbiosis con microbios para garantizar el buen funcionamiento de la gran mayoría de seres vivos invita a pensar que, más que un individuo, cada uno de nosotros es una comunidad, un ecosistema que funciona y se autorregula como lo hacen otros sistemas tan complejos como la propia Tierra. Por ello, la teoría y el trabajo de Lynn contribuyeron también a desarrollar el conocimiento del funcionamiento del planeta en que vivimos.
Cooperación y resiliencia
En el ICM nos interesa mucho esta idea, ya que también entendemos el océano como un sistema complejo y autorregulado al que algún se ha referido como el 'sistema circulatorio' de la Tierra. Durante las últimas décadas, este ecosistema ha recibido presiones derivadas de la actividad humana y, en muchas ocasiones, se ha recuperado con resiliencia, en parte gracias a la riqueza de variantes de simbiosis, interdependencia y cooperación que existen entre los organismos que forman parte del ecosistema marino.
El estudio de los ecosistemas nos inspira a descubrir e implementar formas de cooperación como la cocreación, la cogobernanza, el cooperativismo o la ayuda mutua, que aportan soluciones para afrontar la crisis climática y el cambio global. Muchos expertos aseguran que solo de esta manera seremos resilientes y capaces de hacer los saltos evolutivos necesarios para superar las dinámicas que nos están llevando a desestabilizar el sistema que nos mantiene vivos.